viernes, 3 de abril de 2009

Calixto III

Fue el primero de los Borgia famosos.

CALIXTO III (1378-1458)

Nació como Alfonso de Borja en la Torreta de Canals el 31 de diciembre de 1378 y murió como Calixto III en Roma en 1458.

Fue bautizado en la Colegiata de Santa María en Xátiva, de ahí que algunos biógrafos suyos le supongan como setabense. Hijo de un “bon hom” sus primeras letras le fueron enseñadas por sus padres.

De su niñez se sabe muy poco. Podría ser cierto que el dominico Vicente Ferrer en su andar incansable por las tierras de Aragón llegara hasta Xátiva y allí conociera a Alfonso Borja siendo un niño de no más de 9 años. Y atraído por su despierta inteligencia insistió a su madre para que realizara estudios religiosos. Lo que sí es cierto es que Alfonso pertenecía a una familia humilde de los Borja y que su padre Domingo administraba las tierras en Canals de un Borja pudiente. Y que el dominico convenció a sus parientes ricos para que corrieran con los gastos de su educación como así fue.

También es historia la leyenda de la profecía del dominico Vicente Ferrer sobre su destino pues recientemente se ha descubierto un manuscrito que lo atestigua. La refería con relativa frecuencia Alfonso, pese a las burlas que tenía que soportar por ello. También historiadores de solvencia ponen en boca del cronista dominico Pietro Ranzano las palabras que le dedicó san Vicente predicando en Valencia, otros dicen que en Lleida donde ejercía como profesor de Derecho, o quizá en Xátiva pues vino a esta ciudad a predicar en dos ocasiones distintas, y entre la multitud distinguió a Alfonso con estas palabras “te felicito hijo pues debes saber que serás máximo ornato de tu patria y de tu familia ya que obtendrás la mayor dignidad entre los mortales y a mí, una vez difunto, me colocarás en altísima y grandísima veneración. Mientras tanto procura perseverar en tus estudios”. Y ya siendo Calixto III afirmaba que siempre guardaba en su corazón aquellas palabras del santo.

Asistió a la escuela en Xátiva hasta los catorce años estudiando Gramática y Lógica, pues por privilegio concedido por el rey en 1319 se establecieron estas escuelas en la capital setabense. Marchó después a Zaragoza a estudiar leyes licenciándose en derecho canónico y civil. Estuvo en Lleida como profesor de estas materias y allí fue nombrado asesor de su Batle en 1408 por el rey Martín I el Humano.

Por mediación del dominico Vicente Ferrer abrazó la causa de Benedicto XIII en el Cisma de Occidente, aunque tras la elección de Martín V como único papa le abandonó e incluso fue comisionado por el Papa legítimo para que depusiera su actitud.

CISMA DE OCCIDENTE (1378-1417)

A la muerte de Gregorio XI, ocurrida en Roma tras volver del exilio en Avignon, se reúne el cónclave para nombrar sucesor. Su composición, con dieciséis miembros presentes divididos en tres facciones (partidos lemosín, francés e italiano) y siete ausentes por no haber podido llegar a tiempo y la presión asfixiante del enardecido pueblo que llegó a invadir el Claustro antes de que terminara la votación al grito de “papa romano o por lo menos italiano”, dio como resultado la elección apresurada del arzobispo de Bari con el nombre de Urbano VI en abril de 1378. Este año nació Alonso de Borja en Canals como ya queda dicho.

Los modos dictatoriales del nuevo Papa levantaron pronto el recelo de algunos de sus cardenales, sobre todo de los franceses y más cuando amenazó con nombrar nuevos cardenales italianos para que su facción tuviera mayoría en el colegio cardenalicio. Por lo que solicitaron su renuncia ante las irregularidades cometidas en su elección y, ante su negativa, los disidentes, animados por el rey de Francia, eligieron a Roberto de Ginebra que tomó el nombre de Clemente VIII en septiembre de 1378 quien, mal acogido en Roma, decidió residir en Avignon.

La acción diplomática desarrollada por Pedro de Luna y el dominico Vicente Ferrer atrajo hacia el papa de Avignon la obediencia del rey de Castilla y después también de los de Aragón (Juan I) y de Navarra (Carlos III). Más tarde el futuro Papa Luna recorrió toda Europa como embajador de Clemente VIII consiguiendo su reconocimiento en el sur de Alemania, Nápoles y Escocia. Inglaterra, el norte de Alemania, Hungría, Polonia, Dinamarca, Suecia, Noruega e Italia se declararon a favor del papa de Roma.

Planteado el Cisma con toda su crudeza, Clemente VIII intentó tomar por la fuerza de las armas Roma pero sus tropas fueron derrotadas.

Para terminar con la división, que alcanzaba no sólo a las naciones sino también al clero, tanto secular como regular, eminentes teólogos reunidos en la universidad de París, decidieron tres vías: Por cesión (dimisión de ambos papas) por compromiso (reunión de los compromisarios de ambos para demostrar quién era el único papa) y por vía Concilio (un Concilio depondría a ambos papas basándose en que la autoridad efectiva de la Iglesia recaía en el Concilio General de cardenales y obispos y no en el papa) y elegiría otro nuevo.

Pedro de Luna era partidario de la primera solución hasta que, fallecido Clemente, es designado papa con el nombre de Benedicto XIII, lo que le hace cambiar de opinión. El rey de Francia le retiró su apoyo en 1398 y el Consejo Real obligó a los cardenales de Avignon a abandonar la ciudad. Tras estar refugiado en la fortaleza de esta ciudad durante cuatro años, fue liberado por las tropas que mandó el rey de Aragón Martín I “el Humano” en 1403.

Con diplomacia y astucia consiguió el perdón y el apoyo a su causa del rey de Francia.

Se intentó entonces la vía compromisio acordando ambos papas, Benedicto y Gregorio XII (sucesor de Inocencio VII que a su vez había sucedido a Urbano VI) a reunirse en Savona en 1407, encuentro que nunca llegó a producirse por ausencia del pontífice romano.

A partir de 1408 la presión de las monarquías cristianas, cada vez mayor conseguía aislar al papa Luna que ya solo podía contar con el apoyo de Navarra y Aragón.

En 1409 prosperó la solución de resolver el conflicto por la vía concilio: seis cardenales de cada bando se reunieron y formaron un Colegio cardenalicio autónomo. Escribieron a todos los reyes comunicándoles que el Concilio se celebraría en Pisa. Benedicto XIII tenía claro presentar su renuncia por lo que envió a sus compromisarios con esta decisión.

Sin embargo el rey francés decidió intervenir directamente impidiendo que los delegados se presentaran en el Concilio a tiempo al retrasar la emisión de sus salvoconductos. Los conciliares declararon a ambos papas herejes y nombraron al humanista franciscano Alejandro V lo que no aceptaron los encausados que convocaron sus respectivos concilios para recabar apoyos.

Fallecido, probablemente envenenado, Alejandro V que sólo fue papa unos diez meses, fue elegido papa Juan XXIII en 1410, su probable asesino.

Decidido a terminar con el Cisma, el emperador Segismundo convocó el concilio de Constanza en 1414 con la pretensión de la renuncia de los tres papas y elección de uno nuevo.

El modo de elección fue por naciones y a cargo tanto de laicos como de eclesiásticos lo cual perjudicó notablemente a Juan XXIII que se vio obligado a dimitir. Gregorio XII presentó también su renuncia.

Sin embargo Benedicto XIII mantuvo su derecho por dos motivos: En primer lugar porque la dignidad papal es irrenunciable y en segundo lugar por ser el único cardenal nombrado antes del Cisma al haber fallecido todos los demás. En vista de lo cual fue depuesto por el Concilio que eligió a Martín V, de la poderosa familia de los Colonna con lo que terminó oficialmente el Cisma.

El papa Luna, declarado antipapa, se refugió en Peñíscola desde donde intentaba convencer al mundo de su legitimidad. El papa de Roma mandó delegaciones, apoyadas por su en otrora defensor a ultranza Alfonso de Borja, que no consiguieron su objetivo de convencer al tozudo antipapa aragonés.

Se dice que le intentaron envenenar más de una vez pero su fortaleza física hizo que al final muriera de viejo en 1423.

Los cardenales que le apoyaban nombraron a Clemente VIII en su lugar, otro aragonés tozudo que persistió en la obcecación de su antecesor “gobernando” su diminuto estado pontificio en Peñíscola. Y como procedía a su dignidad nombró obispos y cargos eclesiásticos.

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Mientras tanto, a la muerte de Martín I el Humano en 1410 sin descendencia y después de dos años de interregno en Aragón, se eligió a Fernando I en el Compromiso de Caspe, gracias a la intervención decisiva de Vicente Ferrer y el apoyo expreso del papa Benedicto XIII.

El rey electo, de la casa de Trastamara de Castilla, siguió una política de casamientos entre componentes de familias reales tendentes a la unión con Castilla mientras en Italia hacía valer sus derechos sobre Sicilia, Córcega y Cerdeña, siendo coronado rey por Benedicto XIII en 1412. Este hecho le dispuso a favor del papa Luna en el Cisma de Occidente en contra de Juan XXIII y Gregorio XII.

Sin embargo tras la convocatoria del Concilio de Constanza y quizá presionado por los reyes cristianos intentó, en sendas reuniones con el antipapa en Morella 1414 y en Persignan en 1415, que renunciase al pontificado, tropezando siempre con la tozudez del de Luna. Tras el Concilio le retiró definitivamente su apoyo y obediencia en 1416.

Ese mismo año fallecería el rey Fernando sucediéndole su hijo Alfonso V el Magnánimo como rey de Aragón, de las dos Sicilias y de Cerdeña.

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Pasados unos años Alfonso V mandó de nuevo a Alfonso de Borja como experto jurista y diplomático para gestionar los detalles a considerar para la abdicación del nuevo antipapa Tras duras negociaciones, aceptó. En ellas se estipulaba la concesión del obispado de Mallorca con los pingües beneficios acompañantes que compensarían de sobra los exiguos que tenía en Peñíscola abandonado de todos. Además serían reconocidas las decisiones tomadas por él mismo y por su antecesor Benedicto XIII. Así su cohorte y seguidores eclesiásticos seguirían conservando los cargos para los que habían sido nombrados.

Y bajo la atenta mirada del jurista, Clemente VIII se despojó de su tiara y ropajes pontificios firmando la renuncia. El éxito de la negociación supuso para el Borja ser nombrado obispo de Valencia ese mismo año 1429 debiendo recibir todas las órdenes de una sola vez ya que no era eclesiástico. Pero en esta ciudad sólo estuvo tres años pues siempre acompañó a su rey en todas sus empresas, como canciller y consejero real lo que le mantuvo en sus dominios italianos hasta la conquista de Nápoles en 1442.

Aprovechando su situación concertó la boda de su hermana Isabel con el dueño de las tierras que administraba Domingo, su padre, concediéndole una cuantiosa dote que hizo fácil la unión. Pero lo importante para esta historia es que de ellos nacería otro Papa, Alejandro VI, que lo haría de la rama pudiente de los Borja.

Pese al poco tiempo que podía dedicar a su episcopado, su labor en nuestra capital fue muy fructífera: en las solemnidades solía predicar personalmente la palabra de Dios al pueblo; dispuso solemnes actos para ensalzar la espiritualidad y fomentó con todo entusiasmo la devoción al Santísimo Corpus costeando de su propio pecunio incluso los cirios de la Candelaria, de la procesión del Corpus y de Santa Ana, tanto en su diócesis como en Xátiva. Su devoción a Santa Ana y a esta ciudad se refleja en las misas que mandó celebrar diariamente tanto en su Colegiata como en la capilla de la santa que él mismo pagaba.

Pero su labor más importante fue la convocatoria de un Sínodo diocesano en 1432 que se ocuparía de dar normas sobre la predicación, de las cualidades de los sacerdotes para celebrar misa y confesar y de los deberes y obligaciones de los clérigos, combatiendo la herejía de los espirituales (algunos sacerdotes hablaban mal de los obispos y hacían de menos a los clérigos sembrando la división en la Iglesia formando una secta que se llamó de los espirituales).

El obispo fue valiente y en el Sínodo concluyó que “en adelante en nuestra diócesis ningún clérigo se atreva a predicar sea cual fuere su condición ni los curas ni otros a quienes corresponda cuidar de los sermones se atrevan a admitir a quien no sea maestro, licenciado, doctor o bachiller en sagrada Teología o en Derecho o, al menos, que habiendo sido examinado por Nos, por nuestro Vicario general u oficial, haya sido considerado idóneo y admitido al oficio de predicar”. Sin embargo, sus continuas ausencias de la diócesis requerido por menesteres políticos de su rey (nunca estuvo más de un año en Valencia) hizo que la norma no se cumpliera con toda la intensidad que debiera y era intención del prelado. La sombra del Magnánimo le seguía a todas partes.

El papa Eugenio IV le nombró cardenal en 1444, (premiando así sus trabajos en la reconciliación entre su rey y el papado) lo cual le valió para llamar a Roma a los hijos de su hermana Isabel Luís Juan (¿Pedro Luís?) y Rodrigo (futuro Alejandro VI) y a otros sobrinos concediéndoles importantes cargos y beneficios eclesiásticos.

Repasando la historia, cuando Juana II reina de Nápoles murió sin descendencia, Alfonso V el Magnánimo rey de Aragón, Cataluña y las dos Sicilias (Cerdeña y Sicilia) reclamó sus derechos a heredarla puesto que era su ahijado. Pero la verdad es que la reina, sorprendiendo a propios y extraños, dispuso en su testamento que el sucesor fuera Renato de Anjou a quien apoyaban Génova y Milán.

Pero al ser Nápoles feudo del papado era esta institución la que tenía que decidir. Y estaba más a favor del de Anjou que del aragonés.

Por otra parte, Eugenio IV había sido elevado al solio pontificio en 1431 frente a la oposición de los Colonna, familiares del anterior papa que desde entonces habían estado intrigando incluso convocando concilio para destronarle. Bien le vendría el apoyo de un rey poderoso.

Alfonso de Borja intervino como hábil negociador consiguiendo el apoyo incondicional del Magnánimo al papa. A cambio éste recoció los derechos de aquél y de su hijo ilegítimo Ferrante al trono de Nápoles desbancando al de Anjou. Tal vez una baza muy importante en este cambio de parecer había sido que los napolitanos, ante la presencia de un poderoso ejército del aragonés sitiando su ciudad, habían abierto sus puertas sin presentar batalla prefiriendo el dominio del aragonés en detrimento del francés.

Al ser nombrado cardenal tuvo que cambiar su residencia a Roma y latinizar su apellido que desde entonces fue Borgia. Creía que iba a descansar en su nuevo destino tras las innumerables empresas realizadas pero estaba muy equivocado. La ciudad era un hervidero de conjuras, revueltas, asesinatos y enfrentamientos sobre todo a cargo de las dos familias, enemigas entre sí, más pudientes: los Colonna y los Orsini.

Pero no sólo encontró este ambiente siniestro en Roma. El Renacimiento se estaba allí abriendo camino y algunos intelectuales humanistas pertenecieron al círculo de amistades del Borgia. Entre ellos destaquemos a Lorenzo Valla, a quien tomó como secretario particular para salvarle de la Inquisición tras haber publicado un escrito en el cual demostraba la falsificación del Documento de Donación del emperador Constantino, y al futuro papa Pío II, gran humanista y autor de muchos libros, quien contó en sus memorias el gran concepto que tenía de Alfonso y la numerosa correspondencia habida con él.

DOCUMENTO DE DONACIÓN

Es un documento falsificado por la curia romana del siglo VIII según el cual, en el siglo IV Constantino el Grande había recibido el agua bautismal de manos del Papa Silvestre curándose milagrosamente de la lepra que padecía. En agradecimiento regaló a la Santa Sede toda Italia y todo occidente con sus palacios mientras él se retiraría a oriente y establecería su gobierno en Bizanzio.

El investigador descubrió, por los distintos tipos de letra a lo largo del documento, su falsedad o por lo menos su enorme exageración pues llegaba a conceder al Papa el derecho a llevar una diadema idéntica a la que Constantino usaba, la corona, la tiara y el manto de los emperadores así como el cetro y todas las insignias del Imperio.

Además de que Constantino el Grande nunca se dejó bautizar, aunque algunos señalan que lo hizo en su lecho de muerte “por si acaso".

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De todas maneras el cardenal Alfonso se encontraba muy sólo en Roma. Fuera por esto o porque echaba mucho de menos a su familia, siempre en primer lugar de sus querencias, el caso es que llamó a su lado a alguno de sus sobrinos, como antes se ha apuntado, aparte de Rodrigo y su hermano Luis Juan (o pedro Luís?) que ya vivían con él desde que fuera nombrado obispo de Valencia. Para todos ellos tuvo un cargo relevante pues era costumbre que los miembros del alto clero proporcionaran a sus familiares cargos beneficiosos, como queda plasmado en varios cuadros de la época.

Los poderosos, eclesiásticos y civiles, aceptaron de muy mal grado que aquel cardenal extranjero aprovechara su buena situación para favorecer a los suyos igualmente extranjeros, “catalanes”, como les llamaban.

En Roma llevó una vida austera, alejado de todo lujo y llevando una existencia muy discreta, sin cargos de relevancia. Pero Alfonso V lo utilizó muy frecuentemente como mediador para conseguir de la Santa Sede las prebendas a las que se creía merecedor, lo que alguna vez los enfrentó al propasarse el rey en sus demandas.

A la muerte del Papa Nicolás V fue elegido Alfonso con el nombre de Calixto III ante la sorpresa general y quizás más la suya. Es posible que su elección hubiera sido motivada por la lucha a muerte entre las dos familias más poderosas, Orsini y Colonna y sus poderosos aliados, pudiéndose decir que en caso de haber sido elegido el pretendiente de una de ellas nadie en Roma iba a quedar fuera de este enfrentamiento. Por otra parte, el papa en el que había recaído el nombramiento era un anciano casi octogenario que iba a durar poco vista la esperanza de vida de la época, no mayor de 50 años, y mientras, durante su mandato, alguna de las dos familias podía cobrar hegemonía sobre la otra.

El día de su elección se produjeron tumultos y enfrentamientos, lo que le hizo posponer su coronación por lo peligroso que, para una persona de su edad, sería transitar por las calles en aquellas circunstancias. Visto que el ambiente se enrarecía cada vez más decidió imponer su autoridad que nadie suponía tan enérgica como demostró. El bando que de momento parecía victorioso, los Orsini, había obligado a sus contrarios a refugiarse en la basílica de san Pedro donde debía celebrarse la coronación. Los vencedores se arremolinaron alrededor de la puerta instándoles a salir para masacrarlos.

Fue entonces cuando el papa elegido se dirigió a la casa de los Orsini y en un tono que no admitía réplica les ordenó poner fin a la lucha y que los más revoltosos fueran encerrados hasta que se calmasen. Conseguido de esta manera el orden se celebró la coronación de Calixto en la basílica de san Pedro y la posterior procesión hasta San Juan de Letrán, residencia del Papa a la sazón.

La actuación decisiva de Calixto supuso un serio disgusto para su benefactor Alfonso el Magnánimo pues era mucha la relación que tenía con el censurado. Pero como veremos después no fue esta la única desavenencia.

Gobernó la Iglesia durante tres años, siempre con el mismo vigor y dedicación desde el primer día. No procuró para sí bienes materiales aunque sí que colmó de ellos a sus familiares que, desde todos los rincones de España acudieron a su lado y para los que consiguió toda clase de beneficios. En el momento de su muerte se llegaron a contabilizar más de trescientos.

Elevó a sus sobrinos a la categoría de príncipes de la Iglesia para al año siguiente nombrarles cardenales siguiendo la práctica que definiría su reinado: el nepotismo (preferencia de algunos gobernantes a dar empleos públicos a familiares).

También apenas iniciar su pontificado se dedicó con todo entusiasmo al proceso de beatificación del dominico Vicente Ferrer, aquel que había profetizado su elevación a la Silla de San Pedro, proceso ya iniciado de cardenal a la indicación del Papa Nicolás, su antecesor. Como anécdota citemos que era tanta la prisa por la canonización que había fijado una fecha que hubo que posponer pues no había habido tiempo para preparar todo el voluminoso expediente, tantos eran los testigos de los milagros de San Vicente.

Esta canonización contó con el beneplácito del Magnánimo y favoreció la fluidez de relaciones con la Santa Sede, un tanto enturbiadas por la reprimenda del setabense a la casa Orsini como se ha dicho anteriormente, pues el santo era súbdito predilecto para el rey de Aragón que le había designado su confesor.

En 1456 hizo revisar la causa de Juana de Arco anulando el juicio que la condenara en 1431 declarándola inocente de los cargos de brujería que la habían llevado a la hoguera. Esta acción no gustó a Inglaterra pues habrían condenado a ser consumida por el fuego a una inocente cuando no santa. Sin embargo sí que complacía al rey francés Carlos VII, pese a que la había abandonado a su suerte en manos de los ingleses, porque era a la doncella francesa a quien debía su corona. En cuanto a Alfonso de Aragón no le hizo mucha gracia, aunque parezca extraño, porque los franceses eran sus rivales al trono de Nápoles y todo enaltecimiento de uno de sus héroes repercutía favorablemente en la honorabilidad de sus paisanos, vista la escala de valores de la Edad Media.

Pero Calixto III dejó bien claro que él no quería entrometerse en asuntos laicos y menos en luchas entre monarcas y que si había honrado a Juana de Arco restituyéndole su buen nombre era porque su familia había insistido en esta rehabilitación de la heroína

Ese mismo año promulgó la bula por la que garantizaba a los portugueses la exclusividad de navegación a lo largo de la costa africana.

Pero también era grande su preocupación por la amenaza de los turcos desde que se habían apoderado de Constatinopla. Sus allegados afirmaban que, aunque el Papa era parco en palabras, cuando hablaba de esta amenaza no se cansaba de repetir la necesidad de organizar una cruzada en su contra. Ya su antecesor había intentado convencer a los príncipes cristianos para esta empresa pero ellos, guiados por sus mezquinos intereses personales habían rechazado la moción.

Comprometió al rey de Aragón que en un principio no estaba demasiado entusiasmado vistas las actuaciones últimas de su ayer protegido jurista y consultor pero tampoco podía rechazarlo de plano y con distintas excusas fue dando largas al asunto.

Ante la poca disposición de su rey se dirigió a Venecia, más directamente amenazada por la acción de los turcos que, tras haber conquistado Constantinopla el año anterior, amenazaban con entrar en Belgrado, entonces ciudad húngara, en 15 días según su máximo dirigente Mehmet II. Pero los venecianos estaban en comercio con los turcos y temiendo perder su negocio en Oriente, no quisieron intervenir en la cruzada.

Calixto no se arredró y tras, al decir de historiadores de la época, fundir y vender la mayoría de los tesoros de la Iglesia, preparó los astilleros romanos para la construcción de galeras capaces de destruir el poderío naval musulmán. Mandó a sus cardenales a predicar la cruzada en Francia y Flandes pero estos países estaban demasiado lejos del conflicto y ni siquiera contestaron.

No mejor suerte corrieron los enviados a Hungría, directamente amenazada por el turco. Y ello porque estaban enfrascados en lucha dinástica su rey Ladislao con el emperador de Austria Federico y ninguno de los dos demostró el menor interés en la cruzada.

Al fin arrancó del Magnánimo la promesa de enviar dos flotas hasta Nápoles para que, unidas a la del Papa mandada por el cardenal Urrea, leridano, dieran la batalla a la flota otomana. Una vez más se dilató en el tiempo la decisión del aragonés que hizo entorpecer el viaje por, según dijo, la oposición de las naves venecianas que le salieron al paso dificultándole la maniobra. La verdad es que fue su escuadra la que atacó a aquéllas vengándose por el apoyo de Venecia al pretendiente francés al trono de Nápoles.

Por fin y llegado el estandarte de cruzado a Alfonso de Aragón, lo aceptó pero poniendo condiciones: la entrega de la ciudad de Ascona, al norte de Roma, con lo que el reino de Nápoles rodearía los estados pontificios, y nombrar al almirante de la escuadra, nombramiento que hizo recaer en un condotiero (asalariado) pirata y enemigo del Papa a quien ya le había dado algún disgusto. Además de ofrecerle al proscrito la ciudad de Siena tomándola al asalto.

Así se vengaba el rey aragonés del altivo papa que le había dejado en evidencia en ocasiones anteriores. Pero Calixto, sacando a relucir su genio y decisión reunió a su tropa, la tropa pontificia, para defender Siena del asalto. A la vista de estas aguerridas huestes los mercenarios del pirata huyeron en desbandada refugiándose en Nápoles. Allí envió el papa un hábil negociador, natural de aquella ciudad, el que sería después Pío II del que ya se ha hablado antes, que ofreció una fuerte suma al condotiero para que desistiese de su propósito, dinero que satisfizo las pretensiones del pirata.

Ya en el verano de 1457, agotadas las excusas del aragonés, salió por fin su flota apoyando a la del papa.

Mientras tanto los cardenales enviados a Hungría habían conseguido un armisticio entre Federico y Ladislao con lo que el primero se volvió a Viena y el segundo quedó en disposición de defender Belgrado. Una vez iniciada la defensa, ante la demanda, ya de años, de Alemania por la ciudad, el húngaro decidió entregársela y se retiró de nuevo para volver a combatir contra su tío Federico.

Nuevas predicaciones consiguieron recaudar fondos para la empresa, fondos que cada rey se gastó en lo que le pareció, por ejemplo Francia e Inglaterra en volver a las luchas entre ellos, costumbre que provenía desde la guerra de los cien años.

Mejor resultado consiguieron los apóstoles que predicaron la cruzada en Servia, Bosnia y Albania cuyas tropas iniciaron una guerra de guerrillas que hizo que el turco, acosado por mar y atacado por tierra, se retirara del cerco de Belgrado en el verano de 1457.

Otras decisiones hablan a favor de su piedad por la Virgen María, cuyo nombre llevaba en los labios desde niño. En su loor compuso Los Gozos y El Angelus que aún hoy en día se celebran en todo el mundo. En la Seo de Xátiva se cantan todos los sábados después de la Misa Conventual.

Hacia el final de su pontificado llegó la ruptura con la corona de Aragón, pues al morir Alfonso V en junio de 1458, su gran valedor, no quiso reconocer los derechos de su hijo bastardo Ferrante al trono de Nápoles al considerar que dicho reino pertenecía a la Iglesia. Calixto III siguió a su rey en esa hora suprema falleciendo el mismo año.

Según una versión difundida en una biografía póstuma, nuestro pontífice habría excomulgado al cometa Halley en 1456 cuando apareció en Europa y dada la tradicional superchería de que los cometas eran un mal presagio, que en aquella oportunidad lo sería contra los defensores cristianos de la ciudad de Belgrado. Esta creencia carece de base histórica firme pues en la bula de la cruzada emitida en 1456 donde solicita las oraciones de los fieles para el triunfo cristiano ni siquiera nombra al cometa.

Pese a su condición de extranjero fue un Papa muy celebrado tanto por las autoridades eclesiásticas como por los gobernantes pues veían en él la persona austera, inteligente y justa que había demostrado ser en su carrera hasta el papado.


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