viernes, 3 de abril de 2009

Calixto III

Fue el primero de los Borgia famosos.

CALIXTO III (1378-1458)

Nació como Alfonso de Borja en la Torreta de Canals el 31 de diciembre de 1378 y murió como Calixto III en Roma en 1458.

Fue bautizado en la Colegiata de Santa María en Xátiva, de ahí que algunos biógrafos suyos le supongan como setabense. Hijo de un “bon hom” sus primeras letras le fueron enseñadas por sus padres.

De su niñez se sabe muy poco. Podría ser cierto que el dominico Vicente Ferrer en su andar incansable por las tierras de Aragón llegara hasta Xátiva y allí conociera a Alfonso Borja siendo un niño de no más de 9 años. Y atraído por su despierta inteligencia insistió a su madre para que realizara estudios religiosos. Lo que sí es cierto es que Alfonso pertenecía a una familia humilde de los Borja y que su padre Domingo administraba las tierras en Canals de un Borja pudiente. Y que el dominico convenció a sus parientes ricos para que corrieran con los gastos de su educación como así fue.

También es historia la leyenda de la profecía del dominico Vicente Ferrer sobre su destino pues recientemente se ha descubierto un manuscrito que lo atestigua. La refería con relativa frecuencia Alfonso, pese a las burlas que tenía que soportar por ello. También historiadores de solvencia ponen en boca del cronista dominico Pietro Ranzano las palabras que le dedicó san Vicente predicando en Valencia, otros dicen que en Lleida donde ejercía como profesor de Derecho, o quizá en Xátiva pues vino a esta ciudad a predicar en dos ocasiones distintas, y entre la multitud distinguió a Alfonso con estas palabras “te felicito hijo pues debes saber que serás máximo ornato de tu patria y de tu familia ya que obtendrás la mayor dignidad entre los mortales y a mí, una vez difunto, me colocarás en altísima y grandísima veneración. Mientras tanto procura perseverar en tus estudios”. Y ya siendo Calixto III afirmaba que siempre guardaba en su corazón aquellas palabras del santo.

Asistió a la escuela en Xátiva hasta los catorce años estudiando Gramática y Lógica, pues por privilegio concedido por el rey en 1319 se establecieron estas escuelas en la capital setabense. Marchó después a Zaragoza a estudiar leyes licenciándose en derecho canónico y civil. Estuvo en Lleida como profesor de estas materias y allí fue nombrado asesor de su Batle en 1408 por el rey Martín I el Humano.

Por mediación del dominico Vicente Ferrer abrazó la causa de Benedicto XIII en el Cisma de Occidente, aunque tras la elección de Martín V como único papa le abandonó e incluso fue comisionado por el Papa legítimo para que depusiera su actitud.

CISMA DE OCCIDENTE (1378-1417)

A la muerte de Gregorio XI, ocurrida en Roma tras volver del exilio en Avignon, se reúne el cónclave para nombrar sucesor. Su composición, con dieciséis miembros presentes divididos en tres facciones (partidos lemosín, francés e italiano) y siete ausentes por no haber podido llegar a tiempo y la presión asfixiante del enardecido pueblo que llegó a invadir el Claustro antes de que terminara la votación al grito de “papa romano o por lo menos italiano”, dio como resultado la elección apresurada del arzobispo de Bari con el nombre de Urbano VI en abril de 1378. Este año nació Alonso de Borja en Canals como ya queda dicho.

Los modos dictatoriales del nuevo Papa levantaron pronto el recelo de algunos de sus cardenales, sobre todo de los franceses y más cuando amenazó con nombrar nuevos cardenales italianos para que su facción tuviera mayoría en el colegio cardenalicio. Por lo que solicitaron su renuncia ante las irregularidades cometidas en su elección y, ante su negativa, los disidentes, animados por el rey de Francia, eligieron a Roberto de Ginebra que tomó el nombre de Clemente VIII en septiembre de 1378 quien, mal acogido en Roma, decidió residir en Avignon.

La acción diplomática desarrollada por Pedro de Luna y el dominico Vicente Ferrer atrajo hacia el papa de Avignon la obediencia del rey de Castilla y después también de los de Aragón (Juan I) y de Navarra (Carlos III). Más tarde el futuro Papa Luna recorrió toda Europa como embajador de Clemente VIII consiguiendo su reconocimiento en el sur de Alemania, Nápoles y Escocia. Inglaterra, el norte de Alemania, Hungría, Polonia, Dinamarca, Suecia, Noruega e Italia se declararon a favor del papa de Roma.

Planteado el Cisma con toda su crudeza, Clemente VIII intentó tomar por la fuerza de las armas Roma pero sus tropas fueron derrotadas.

Para terminar con la división, que alcanzaba no sólo a las naciones sino también al clero, tanto secular como regular, eminentes teólogos reunidos en la universidad de París, decidieron tres vías: Por cesión (dimisión de ambos papas) por compromiso (reunión de los compromisarios de ambos para demostrar quién era el único papa) y por vía Concilio (un Concilio depondría a ambos papas basándose en que la autoridad efectiva de la Iglesia recaía en el Concilio General de cardenales y obispos y no en el papa) y elegiría otro nuevo.

Pedro de Luna era partidario de la primera solución hasta que, fallecido Clemente, es designado papa con el nombre de Benedicto XIII, lo que le hace cambiar de opinión. El rey de Francia le retiró su apoyo en 1398 y el Consejo Real obligó a los cardenales de Avignon a abandonar la ciudad. Tras estar refugiado en la fortaleza de esta ciudad durante cuatro años, fue liberado por las tropas que mandó el rey de Aragón Martín I “el Humano” en 1403.

Con diplomacia y astucia consiguió el perdón y el apoyo a su causa del rey de Francia.

Se intentó entonces la vía compromisio acordando ambos papas, Benedicto y Gregorio XII (sucesor de Inocencio VII que a su vez había sucedido a Urbano VI) a reunirse en Savona en 1407, encuentro que nunca llegó a producirse por ausencia del pontífice romano.

A partir de 1408 la presión de las monarquías cristianas, cada vez mayor conseguía aislar al papa Luna que ya solo podía contar con el apoyo de Navarra y Aragón.

En 1409 prosperó la solución de resolver el conflicto por la vía concilio: seis cardenales de cada bando se reunieron y formaron un Colegio cardenalicio autónomo. Escribieron a todos los reyes comunicándoles que el Concilio se celebraría en Pisa. Benedicto XIII tenía claro presentar su renuncia por lo que envió a sus compromisarios con esta decisión.

Sin embargo el rey francés decidió intervenir directamente impidiendo que los delegados se presentaran en el Concilio a tiempo al retrasar la emisión de sus salvoconductos. Los conciliares declararon a ambos papas herejes y nombraron al humanista franciscano Alejandro V lo que no aceptaron los encausados que convocaron sus respectivos concilios para recabar apoyos.

Fallecido, probablemente envenenado, Alejandro V que sólo fue papa unos diez meses, fue elegido papa Juan XXIII en 1410, su probable asesino.

Decidido a terminar con el Cisma, el emperador Segismundo convocó el concilio de Constanza en 1414 con la pretensión de la renuncia de los tres papas y elección de uno nuevo.

El modo de elección fue por naciones y a cargo tanto de laicos como de eclesiásticos lo cual perjudicó notablemente a Juan XXIII que se vio obligado a dimitir. Gregorio XII presentó también su renuncia.

Sin embargo Benedicto XIII mantuvo su derecho por dos motivos: En primer lugar porque la dignidad papal es irrenunciable y en segundo lugar por ser el único cardenal nombrado antes del Cisma al haber fallecido todos los demás. En vista de lo cual fue depuesto por el Concilio que eligió a Martín V, de la poderosa familia de los Colonna con lo que terminó oficialmente el Cisma.

El papa Luna, declarado antipapa, se refugió en Peñíscola desde donde intentaba convencer al mundo de su legitimidad. El papa de Roma mandó delegaciones, apoyadas por su en otrora defensor a ultranza Alfonso de Borja, que no consiguieron su objetivo de convencer al tozudo antipapa aragonés.

Se dice que le intentaron envenenar más de una vez pero su fortaleza física hizo que al final muriera de viejo en 1423.

Los cardenales que le apoyaban nombraron a Clemente VIII en su lugar, otro aragonés tozudo que persistió en la obcecación de su antecesor “gobernando” su diminuto estado pontificio en Peñíscola. Y como procedía a su dignidad nombró obispos y cargos eclesiásticos.

----------

Mientras tanto, a la muerte de Martín I el Humano en 1410 sin descendencia y después de dos años de interregno en Aragón, se eligió a Fernando I en el Compromiso de Caspe, gracias a la intervención decisiva de Vicente Ferrer y el apoyo expreso del papa Benedicto XIII.

El rey electo, de la casa de Trastamara de Castilla, siguió una política de casamientos entre componentes de familias reales tendentes a la unión con Castilla mientras en Italia hacía valer sus derechos sobre Sicilia, Córcega y Cerdeña, siendo coronado rey por Benedicto XIII en 1412. Este hecho le dispuso a favor del papa Luna en el Cisma de Occidente en contra de Juan XXIII y Gregorio XII.

Sin embargo tras la convocatoria del Concilio de Constanza y quizá presionado por los reyes cristianos intentó, en sendas reuniones con el antipapa en Morella 1414 y en Persignan en 1415, que renunciase al pontificado, tropezando siempre con la tozudez del de Luna. Tras el Concilio le retiró definitivamente su apoyo y obediencia en 1416.

Ese mismo año fallecería el rey Fernando sucediéndole su hijo Alfonso V el Magnánimo como rey de Aragón, de las dos Sicilias y de Cerdeña.

------------

Pasados unos años Alfonso V mandó de nuevo a Alfonso de Borja como experto jurista y diplomático para gestionar los detalles a considerar para la abdicación del nuevo antipapa Tras duras negociaciones, aceptó. En ellas se estipulaba la concesión del obispado de Mallorca con los pingües beneficios acompañantes que compensarían de sobra los exiguos que tenía en Peñíscola abandonado de todos. Además serían reconocidas las decisiones tomadas por él mismo y por su antecesor Benedicto XIII. Así su cohorte y seguidores eclesiásticos seguirían conservando los cargos para los que habían sido nombrados.

Y bajo la atenta mirada del jurista, Clemente VIII se despojó de su tiara y ropajes pontificios firmando la renuncia. El éxito de la negociación supuso para el Borja ser nombrado obispo de Valencia ese mismo año 1429 debiendo recibir todas las órdenes de una sola vez ya que no era eclesiástico. Pero en esta ciudad sólo estuvo tres años pues siempre acompañó a su rey en todas sus empresas, como canciller y consejero real lo que le mantuvo en sus dominios italianos hasta la conquista de Nápoles en 1442.

Aprovechando su situación concertó la boda de su hermana Isabel con el dueño de las tierras que administraba Domingo, su padre, concediéndole una cuantiosa dote que hizo fácil la unión. Pero lo importante para esta historia es que de ellos nacería otro Papa, Alejandro VI, que lo haría de la rama pudiente de los Borja.

Pese al poco tiempo que podía dedicar a su episcopado, su labor en nuestra capital fue muy fructífera: en las solemnidades solía predicar personalmente la palabra de Dios al pueblo; dispuso solemnes actos para ensalzar la espiritualidad y fomentó con todo entusiasmo la devoción al Santísimo Corpus costeando de su propio pecunio incluso los cirios de la Candelaria, de la procesión del Corpus y de Santa Ana, tanto en su diócesis como en Xátiva. Su devoción a Santa Ana y a esta ciudad se refleja en las misas que mandó celebrar diariamente tanto en su Colegiata como en la capilla de la santa que él mismo pagaba.

Pero su labor más importante fue la convocatoria de un Sínodo diocesano en 1432 que se ocuparía de dar normas sobre la predicación, de las cualidades de los sacerdotes para celebrar misa y confesar y de los deberes y obligaciones de los clérigos, combatiendo la herejía de los espirituales (algunos sacerdotes hablaban mal de los obispos y hacían de menos a los clérigos sembrando la división en la Iglesia formando una secta que se llamó de los espirituales).

El obispo fue valiente y en el Sínodo concluyó que “en adelante en nuestra diócesis ningún clérigo se atreva a predicar sea cual fuere su condición ni los curas ni otros a quienes corresponda cuidar de los sermones se atrevan a admitir a quien no sea maestro, licenciado, doctor o bachiller en sagrada Teología o en Derecho o, al menos, que habiendo sido examinado por Nos, por nuestro Vicario general u oficial, haya sido considerado idóneo y admitido al oficio de predicar”. Sin embargo, sus continuas ausencias de la diócesis requerido por menesteres políticos de su rey (nunca estuvo más de un año en Valencia) hizo que la norma no se cumpliera con toda la intensidad que debiera y era intención del prelado. La sombra del Magnánimo le seguía a todas partes.

El papa Eugenio IV le nombró cardenal en 1444, (premiando así sus trabajos en la reconciliación entre su rey y el papado) lo cual le valió para llamar a Roma a los hijos de su hermana Isabel Luís Juan (¿Pedro Luís?) y Rodrigo (futuro Alejandro VI) y a otros sobrinos concediéndoles importantes cargos y beneficios eclesiásticos.

Repasando la historia, cuando Juana II reina de Nápoles murió sin descendencia, Alfonso V el Magnánimo rey de Aragón, Cataluña y las dos Sicilias (Cerdeña y Sicilia) reclamó sus derechos a heredarla puesto que era su ahijado. Pero la verdad es que la reina, sorprendiendo a propios y extraños, dispuso en su testamento que el sucesor fuera Renato de Anjou a quien apoyaban Génova y Milán.

Pero al ser Nápoles feudo del papado era esta institución la que tenía que decidir. Y estaba más a favor del de Anjou que del aragonés.

Por otra parte, Eugenio IV había sido elevado al solio pontificio en 1431 frente a la oposición de los Colonna, familiares del anterior papa que desde entonces habían estado intrigando incluso convocando concilio para destronarle. Bien le vendría el apoyo de un rey poderoso.

Alfonso de Borja intervino como hábil negociador consiguiendo el apoyo incondicional del Magnánimo al papa. A cambio éste recoció los derechos de aquél y de su hijo ilegítimo Ferrante al trono de Nápoles desbancando al de Anjou. Tal vez una baza muy importante en este cambio de parecer había sido que los napolitanos, ante la presencia de un poderoso ejército del aragonés sitiando su ciudad, habían abierto sus puertas sin presentar batalla prefiriendo el dominio del aragonés en detrimento del francés.

Al ser nombrado cardenal tuvo que cambiar su residencia a Roma y latinizar su apellido que desde entonces fue Borgia. Creía que iba a descansar en su nuevo destino tras las innumerables empresas realizadas pero estaba muy equivocado. La ciudad era un hervidero de conjuras, revueltas, asesinatos y enfrentamientos sobre todo a cargo de las dos familias, enemigas entre sí, más pudientes: los Colonna y los Orsini.

Pero no sólo encontró este ambiente siniestro en Roma. El Renacimiento se estaba allí abriendo camino y algunos intelectuales humanistas pertenecieron al círculo de amistades del Borgia. Entre ellos destaquemos a Lorenzo Valla, a quien tomó como secretario particular para salvarle de la Inquisición tras haber publicado un escrito en el cual demostraba la falsificación del Documento de Donación del emperador Constantino, y al futuro papa Pío II, gran humanista y autor de muchos libros, quien contó en sus memorias el gran concepto que tenía de Alfonso y la numerosa correspondencia habida con él.

DOCUMENTO DE DONACIÓN

Es un documento falsificado por la curia romana del siglo VIII según el cual, en el siglo IV Constantino el Grande había recibido el agua bautismal de manos del Papa Silvestre curándose milagrosamente de la lepra que padecía. En agradecimiento regaló a la Santa Sede toda Italia y todo occidente con sus palacios mientras él se retiraría a oriente y establecería su gobierno en Bizanzio.

El investigador descubrió, por los distintos tipos de letra a lo largo del documento, su falsedad o por lo menos su enorme exageración pues llegaba a conceder al Papa el derecho a llevar una diadema idéntica a la que Constantino usaba, la corona, la tiara y el manto de los emperadores así como el cetro y todas las insignias del Imperio.

Además de que Constantino el Grande nunca se dejó bautizar, aunque algunos señalan que lo hizo en su lecho de muerte “por si acaso".

-----------------------

De todas maneras el cardenal Alfonso se encontraba muy sólo en Roma. Fuera por esto o porque echaba mucho de menos a su familia, siempre en primer lugar de sus querencias, el caso es que llamó a su lado a alguno de sus sobrinos, como antes se ha apuntado, aparte de Rodrigo y su hermano Luis Juan (o pedro Luís?) que ya vivían con él desde que fuera nombrado obispo de Valencia. Para todos ellos tuvo un cargo relevante pues era costumbre que los miembros del alto clero proporcionaran a sus familiares cargos beneficiosos, como queda plasmado en varios cuadros de la época.

Los poderosos, eclesiásticos y civiles, aceptaron de muy mal grado que aquel cardenal extranjero aprovechara su buena situación para favorecer a los suyos igualmente extranjeros, “catalanes”, como les llamaban.

En Roma llevó una vida austera, alejado de todo lujo y llevando una existencia muy discreta, sin cargos de relevancia. Pero Alfonso V lo utilizó muy frecuentemente como mediador para conseguir de la Santa Sede las prebendas a las que se creía merecedor, lo que alguna vez los enfrentó al propasarse el rey en sus demandas.

A la muerte del Papa Nicolás V fue elegido Alfonso con el nombre de Calixto III ante la sorpresa general y quizás más la suya. Es posible que su elección hubiera sido motivada por la lucha a muerte entre las dos familias más poderosas, Orsini y Colonna y sus poderosos aliados, pudiéndose decir que en caso de haber sido elegido el pretendiente de una de ellas nadie en Roma iba a quedar fuera de este enfrentamiento. Por otra parte, el papa en el que había recaído el nombramiento era un anciano casi octogenario que iba a durar poco vista la esperanza de vida de la época, no mayor de 50 años, y mientras, durante su mandato, alguna de las dos familias podía cobrar hegemonía sobre la otra.

El día de su elección se produjeron tumultos y enfrentamientos, lo que le hizo posponer su coronación por lo peligroso que, para una persona de su edad, sería transitar por las calles en aquellas circunstancias. Visto que el ambiente se enrarecía cada vez más decidió imponer su autoridad que nadie suponía tan enérgica como demostró. El bando que de momento parecía victorioso, los Orsini, había obligado a sus contrarios a refugiarse en la basílica de san Pedro donde debía celebrarse la coronación. Los vencedores se arremolinaron alrededor de la puerta instándoles a salir para masacrarlos.

Fue entonces cuando el papa elegido se dirigió a la casa de los Orsini y en un tono que no admitía réplica les ordenó poner fin a la lucha y que los más revoltosos fueran encerrados hasta que se calmasen. Conseguido de esta manera el orden se celebró la coronación de Calixto en la basílica de san Pedro y la posterior procesión hasta San Juan de Letrán, residencia del Papa a la sazón.

La actuación decisiva de Calixto supuso un serio disgusto para su benefactor Alfonso el Magnánimo pues era mucha la relación que tenía con el censurado. Pero como veremos después no fue esta la única desavenencia.

Gobernó la Iglesia durante tres años, siempre con el mismo vigor y dedicación desde el primer día. No procuró para sí bienes materiales aunque sí que colmó de ellos a sus familiares que, desde todos los rincones de España acudieron a su lado y para los que consiguió toda clase de beneficios. En el momento de su muerte se llegaron a contabilizar más de trescientos.

Elevó a sus sobrinos a la categoría de príncipes de la Iglesia para al año siguiente nombrarles cardenales siguiendo la práctica que definiría su reinado: el nepotismo (preferencia de algunos gobernantes a dar empleos públicos a familiares).

También apenas iniciar su pontificado se dedicó con todo entusiasmo al proceso de beatificación del dominico Vicente Ferrer, aquel que había profetizado su elevación a la Silla de San Pedro, proceso ya iniciado de cardenal a la indicación del Papa Nicolás, su antecesor. Como anécdota citemos que era tanta la prisa por la canonización que había fijado una fecha que hubo que posponer pues no había habido tiempo para preparar todo el voluminoso expediente, tantos eran los testigos de los milagros de San Vicente.

Esta canonización contó con el beneplácito del Magnánimo y favoreció la fluidez de relaciones con la Santa Sede, un tanto enturbiadas por la reprimenda del setabense a la casa Orsini como se ha dicho anteriormente, pues el santo era súbdito predilecto para el rey de Aragón que le había designado su confesor.

En 1456 hizo revisar la causa de Juana de Arco anulando el juicio que la condenara en 1431 declarándola inocente de los cargos de brujería que la habían llevado a la hoguera. Esta acción no gustó a Inglaterra pues habrían condenado a ser consumida por el fuego a una inocente cuando no santa. Sin embargo sí que complacía al rey francés Carlos VII, pese a que la había abandonado a su suerte en manos de los ingleses, porque era a la doncella francesa a quien debía su corona. En cuanto a Alfonso de Aragón no le hizo mucha gracia, aunque parezca extraño, porque los franceses eran sus rivales al trono de Nápoles y todo enaltecimiento de uno de sus héroes repercutía favorablemente en la honorabilidad de sus paisanos, vista la escala de valores de la Edad Media.

Pero Calixto III dejó bien claro que él no quería entrometerse en asuntos laicos y menos en luchas entre monarcas y que si había honrado a Juana de Arco restituyéndole su buen nombre era porque su familia había insistido en esta rehabilitación de la heroína

Ese mismo año promulgó la bula por la que garantizaba a los portugueses la exclusividad de navegación a lo largo de la costa africana.

Pero también era grande su preocupación por la amenaza de los turcos desde que se habían apoderado de Constatinopla. Sus allegados afirmaban que, aunque el Papa era parco en palabras, cuando hablaba de esta amenaza no se cansaba de repetir la necesidad de organizar una cruzada en su contra. Ya su antecesor había intentado convencer a los príncipes cristianos para esta empresa pero ellos, guiados por sus mezquinos intereses personales habían rechazado la moción.

Comprometió al rey de Aragón que en un principio no estaba demasiado entusiasmado vistas las actuaciones últimas de su ayer protegido jurista y consultor pero tampoco podía rechazarlo de plano y con distintas excusas fue dando largas al asunto.

Ante la poca disposición de su rey se dirigió a Venecia, más directamente amenazada por la acción de los turcos que, tras haber conquistado Constantinopla el año anterior, amenazaban con entrar en Belgrado, entonces ciudad húngara, en 15 días según su máximo dirigente Mehmet II. Pero los venecianos estaban en comercio con los turcos y temiendo perder su negocio en Oriente, no quisieron intervenir en la cruzada.

Calixto no se arredró y tras, al decir de historiadores de la época, fundir y vender la mayoría de los tesoros de la Iglesia, preparó los astilleros romanos para la construcción de galeras capaces de destruir el poderío naval musulmán. Mandó a sus cardenales a predicar la cruzada en Francia y Flandes pero estos países estaban demasiado lejos del conflicto y ni siquiera contestaron.

No mejor suerte corrieron los enviados a Hungría, directamente amenazada por el turco. Y ello porque estaban enfrascados en lucha dinástica su rey Ladislao con el emperador de Austria Federico y ninguno de los dos demostró el menor interés en la cruzada.

Al fin arrancó del Magnánimo la promesa de enviar dos flotas hasta Nápoles para que, unidas a la del Papa mandada por el cardenal Urrea, leridano, dieran la batalla a la flota otomana. Una vez más se dilató en el tiempo la decisión del aragonés que hizo entorpecer el viaje por, según dijo, la oposición de las naves venecianas que le salieron al paso dificultándole la maniobra. La verdad es que fue su escuadra la que atacó a aquéllas vengándose por el apoyo de Venecia al pretendiente francés al trono de Nápoles.

Por fin y llegado el estandarte de cruzado a Alfonso de Aragón, lo aceptó pero poniendo condiciones: la entrega de la ciudad de Ascona, al norte de Roma, con lo que el reino de Nápoles rodearía los estados pontificios, y nombrar al almirante de la escuadra, nombramiento que hizo recaer en un condotiero (asalariado) pirata y enemigo del Papa a quien ya le había dado algún disgusto. Además de ofrecerle al proscrito la ciudad de Siena tomándola al asalto.

Así se vengaba el rey aragonés del altivo papa que le había dejado en evidencia en ocasiones anteriores. Pero Calixto, sacando a relucir su genio y decisión reunió a su tropa, la tropa pontificia, para defender Siena del asalto. A la vista de estas aguerridas huestes los mercenarios del pirata huyeron en desbandada refugiándose en Nápoles. Allí envió el papa un hábil negociador, natural de aquella ciudad, el que sería después Pío II del que ya se ha hablado antes, que ofreció una fuerte suma al condotiero para que desistiese de su propósito, dinero que satisfizo las pretensiones del pirata.

Ya en el verano de 1457, agotadas las excusas del aragonés, salió por fin su flota apoyando a la del papa.

Mientras tanto los cardenales enviados a Hungría habían conseguido un armisticio entre Federico y Ladislao con lo que el primero se volvió a Viena y el segundo quedó en disposición de defender Belgrado. Una vez iniciada la defensa, ante la demanda, ya de años, de Alemania por la ciudad, el húngaro decidió entregársela y se retiró de nuevo para volver a combatir contra su tío Federico.

Nuevas predicaciones consiguieron recaudar fondos para la empresa, fondos que cada rey se gastó en lo que le pareció, por ejemplo Francia e Inglaterra en volver a las luchas entre ellos, costumbre que provenía desde la guerra de los cien años.

Mejor resultado consiguieron los apóstoles que predicaron la cruzada en Servia, Bosnia y Albania cuyas tropas iniciaron una guerra de guerrillas que hizo que el turco, acosado por mar y atacado por tierra, se retirara del cerco de Belgrado en el verano de 1457.

Otras decisiones hablan a favor de su piedad por la Virgen María, cuyo nombre llevaba en los labios desde niño. En su loor compuso Los Gozos y El Angelus que aún hoy en día se celebran en todo el mundo. En la Seo de Xátiva se cantan todos los sábados después de la Misa Conventual.

Hacia el final de su pontificado llegó la ruptura con la corona de Aragón, pues al morir Alfonso V en junio de 1458, su gran valedor, no quiso reconocer los derechos de su hijo bastardo Ferrante al trono de Nápoles al considerar que dicho reino pertenecía a la Iglesia. Calixto III siguió a su rey en esa hora suprema falleciendo el mismo año.

Según una versión difundida en una biografía póstuma, nuestro pontífice habría excomulgado al cometa Halley en 1456 cuando apareció en Europa y dada la tradicional superchería de que los cometas eran un mal presagio, que en aquella oportunidad lo sería contra los defensores cristianos de la ciudad de Belgrado. Esta creencia carece de base histórica firme pues en la bula de la cruzada emitida en 1456 donde solicita las oraciones de los fieles para el triunfo cristiano ni siquiera nombra al cometa.

Pese a su condición de extranjero fue un Papa muy celebrado tanto por las autoridades eclesiásticas como por los gobernantes pues veían en él la persona austera, inteligente y justa que había demostrado ser en su carrera hasta el papado.


lunes, 12 de enero de 2009

Otros Borgia



LUCRECIA BORGIA (1480-1519)

Hija del cardenal Rodrigo Borja (papa Alejandro VI desde 1492) y de su concubina Vanozza Cattanei. Tuvo cuatro hermanos: Pedro Luís, Juan (Giovanni), César y Joffré. Pedro Luís, el mayor había nacido en 1463 y legitimado en 1481. Estuvo al servicio de los Reyes Católicos y fue Duque de Gandía tras la compra del ducado por su padre en 1485, satisfaciendo una deuda que tenía la corona aragonesa con la ciudad de Valencia y en la que Gandía servía de prenda.Murió en extrañas circunstancias en 1488. Por lo que Lucrecia tenía tres hermanos varones al acceder al Solio Pontificio Alejandro VI.

De su infancia se sabe que fue educada, para los menesteres propios de una mujer de su alcurnia, por Giula Farnesio, de quien se decía que en ese periodo fue amante de Alejandro VI. El hecho cierto es que el hermano de la institutriz fue elevado a cardenal al mismo tiempo que lo fue César Borgia. La familia Farnesio pertenecía a la aristocracia romana aunque en aquellos tiempos su fortuna se había quebrado. Siglos más tarde la encontraremos unida a la familia Borbón de España. La segunda mujer de Felipe V será Isabel de Farnesio allá por el 1714.

A los once años ya había sido propuesta para desposar por dos veces y por fin, con apenas trece años y su padre ya Sumo Pontífice de la Iglesia Romana fue obligada en 1493 a contraer matrimonio con Giovanni Sforsa, señor de Pésaro, consiguiendo así unirse a esta poderosa familia feudal que gobernaba en la Lombardía y Milán..

Tras vivir dos años en la casa del esposo se trasladaron a Roma. Allí y cuando Alejandro VI no vio ya utilidad alguna en la alianza con los Sforsa maquinó el asesinato de Giovanni. Alertada Lucrecia por su hermano César del proyecto paterno facilita la huida del de Pésaro lejos de Roma. O quizá y al decir de algunos coetáneos, el pretendido crimen no fue más que una treta urdida por los dos hermanos para deshacerse de un marido-cuñado molesto y aburrido.

El papa solicita entonces la disolución del matrimonio a lo que no consiente Giovanni que contraataca denunciando pretendidas relaciones incestuosas de su mujer con su padre y su hermano.

Sin alterarse lo más mínimo por esta calumnia, Alejandro VI decide la anulación por no consumación del matrimonio retando a Giovanni a que, en presencia de familiares de una y otro cohabite con Lucrecia para demostrar su virilidad a lo que, naturalmente, no accede el marido. Presionado por todas partes al final acepta firmar un documento admitiendo su “impotentia coeundi”.

Durante todo este proceso Lucrecia permanecía encerrada en un convento y en contacto con su padre por medio de un mensajero de nombre Pedro. Lo cierto es que cuando ya iba a ser liberada era notorio que estaba embarazada. Una vez nacido el niño Giovanni, a los diecisiete años de la madre, primero se anunció que era de César y una desconocida dama; más tarde el propio Alejandro confesó por medio de bula (que no vio la luz en siete años) que el niño era suyo habido con Lucrecia; hasta el mensajero se atribuyó la paternidad, según autores de la época, llevado por el cariño que sentía por la atractiva Lucrecia. Naturalmente que ésta fue declarada virgen después del parto, lo que fue certificado por su padre.

Ya libre de toda relación la Borgia intenta seguir con su vida. Pero casi coincidiendo con el nacimiento del niño, César, siguiendo las instrucciones de Alejandro, concierta nueva boda con Alfonso de Aragón, hijo ilegítimo del rey de Nápoles, que ya había causado muy grata sensación al intermediario. Esta boda, en 1497, suponía una poderosa alianza para afianzar el ambicioso proyecto papal de formar una gran nación de la península itálica con capital en Roma, liberando a sus habitantes del vasallaje opresivo de sus amos feudales como ya habían hecho en Francia Luis XI, en Inglaterra Enrique VII y en España los Reyes Católicos.

Con el tiempo dejó de ser ventajosa también esta alianza pues molestaba la intensa relación de César con Luis XII, sucesor de Carlos VIII de Francia y aspirante de siempre al trono de Nápoles. Un sicario suyo apuñaló a Alfonso que, gravemente herido, fue recogido y curado por su enamorada esposa en su palacio. A partir de ese momento no se separó en ningún momento de él sabiendo que su hermano volvería a intentar el crimen. Efectivamente, valiéndose de un engaño hizo salir de la habitación a Lucrecia que, cuando se dio cuenta de la treta y volvió se encontró con el cadáver de su amado. Era en 1500. Del matrimonio había nacido un hijo, Rodrigo, que moriría en 1512 con trece años de edad.

Si se hace caso de la leyenda negra de los Borgia, el asesinato de Alfonso por parte de César sería por celos pues al parecer, Lucrecia, perdidamente enamorada de su apuesto marido dejó de lado las relaciones con su hermano lo que encendió de celos a éste.

Al año siguiente de la muerte de Alfonso, Alejandro VI encargó la administración general del estado vaticano a su hija, lo cual no fue demasiado celebrado por sus funcionarios dada la juventud e inexperiencia de la elegida.

César decidió el nuevo enlace de su hermana, esta vez con la familia d’Este, duques de Ferrara los que sabedores de las malas artes que se le atribuían a la pretendida reaccionaron desabridamente. Pero la persuasión de Alejandro, no exenta de favores dinerarios y la amenaza del todopoderoso gonfalonero Borgia determinaron la unión de Lucrecia con Alfonso de Ferrara en 1502. Y los historiadores a partir de aquí coincidieron en su buena conducta como madre y esposa, pese a las continuas infidelidades que tuvo que soportar de su nuevo marido, viviendo definitivamente en los dominios de la familia de su esposo.

Quiso reunir a su hermanastro según bula de Alejandro y Rodrigo habido con el de Nápoles, en el seno de la nueva familia a lo que se opusieron denodadamente los Ferrara. Rodrigo se criaría con su abuela en Nápoles y moriría como se ha afirmado antes con apenas trece años de edad, lo que sumió en honda tristeza a Lucrecia que se recluyó en un convento por un tiempo. Sin embargo Giovanni, “el infante romano” como lo designaban, sí que iría a vivir con su madre en Ferrara a poco de morir Alejandro VI.

Ahora descubre Lucrecia su amor por las artes, practica la caridad en grado superlativo y se muestra devota y buena madre de familia. En 1505, a la muerte del duque titular pasa a ser duquesa consorte de Ferrara. Allí conoce, y los historiadores descubren, un amor platónico hacia el poeta “il Bembo” que terminaría con la marcha voluntaria de éste del lugar.

Aún tuvo varios hijos más habidos todos con el duque de Ferrara progresando como mujer culta, inteligente y bella además de los tributos ya enunciados.

A consecuencia del parto de su último hijo, prematuro y que murió a los pocos días, contrajo fiebre puerperal que acabó con su vida en 1519, apenas cumplidos 39 años habiendo sido la digna esposa del duque de Ferrara.

Tuvo la desdicha de vivir en una época muy difícil, en un mundo adverso mucho más crítico para la mujer que para el hombre, capaz de inventar las mayores atrocidades, siempre atribuidas a los poderosos y ella nació en la más sobresaliente de las familias, así que los fundamentos de la leyenda negra que la hacía capaz de envenenar con su famoso anillo hueco repleto de “cantarella” a todo pretendiente que se le acercara, carece de fundamento visto su discreto devenir en los años que convivió con los Ferrara.

Una vida tan intensa capaz de crear rumores diversos en el ambiente renacentista en que se desenvolvió Lucrecia, constituyó un argumento interesante para que literatos de renombre, principalmente en la época dorada del romanticismo, la tomaran como protagonista de sus creaciones, supliendo con su desbordante fantasía lo que no pudieron conocer documentalmente.

Así Víctor Hugo en 1833 la presenta inmersa en su mito en la obra “Lucrecia de Borgia”, en la que tras mil inventos de personajes cuya relación no tendría cabida en una historia de la época, el calificado peor dramón de su actividad literaria y cenit de la ficción antihistórica hace que Lucrecia, en el último capítulo, envenene a su hijo Juan y a cinco amigos suyos. El colmo del disparate sucede cuando su hijo moribundo apuñala, en un acto de estremecedora justicia, a su madre, matándola.

Esta tragedia fue utilizada para la ópera del mismo nombre estrenada en Milán en 1834. Puesta en escena en París en 1840 fue el motivo para que se le prohibiera a Víctor Hugo nuevas representaciones por lo que tuvo que variar su argumento y protagonistas convirtiendo el libreto en “La rinegata” y los italianos en turcos con lo que pudo seguir en los escenarios.

También Alejandro Dumas padre, la emprende contra Lucrecia añadiendo el mito del veneno que hace extensivo a toda la familia. Y otros varios folletos difamantes (“Lucrecia Borgia. Memorias de Satanás”) hicieron menoscabo de la digna princesa siendo Lucrecia, a ojos de todos, el mismo demonio en persona.

Pero ya en esa misma época empezaron a aparecer defensores de la Borgia: Giusepe Campori, en 1866 publicó un documentado estudio “Una víctima de la Historia: Lucrecia Borgia” y en 1874 un renombrado historiador en Stugart aportó hasta setenta y cinco nuevos documentos que probaron la falsedad del mito.

Ya en época reciente, Carmen Barberá, bien documentada, en “Yo Lucrecia Borgia” tira por tierra el mito presentándola víctima de las manipulaciones de su familia. Y aún más recientemente (2004) en “Lucrecia Borgia: ángel o demonio” Geneviève Chastenet demuestra la falsedad de las infamias (crímenes, incesto) que contra ella tejieron los enemigos de los Borgia. La presenta como una mujer culta, amante de las artes y de las letras, de alta espiritualidad y, en cierto modo, víctima de las maquinaciones políticas de su padre y de su hermano.

CESAR BORGIA

Nació en Roma en 1475, hijo ilegítimo del cardenal Rodrigo Borgia (futuro papa Alejandro VI) y de Vanozza Cattanei. Murió en Viana (Navarra) en 1507 víctima de una emboscada.

A los siete años el papa Sixto IV le nombró protonotario apostólico y canónigo de Valencia. Estudió latín y después, a partir de 1489 Teología y Derecho Canónico, primero en Perusa y después en Pisa.

A los 16 años fue nombrado obispo de Pamplona y al año siguiente arzobispo de Valencia. Ese mismo año 1492 fue elegido papa su padre con el nombre de Alejandro VI.

Pero el ser obispo u otro cargo eclesiástico elevado no llevaba la condición de una vida ejemplar y aislada de las juergas mundanas. Y nuestro César estaría, como toda la juventud de su tiempo con dinero en el bolsillo, intercalando juergas y escarceos amorosos entre estudios y rezos.

Para ser nombrado cardenal necesitaba pureza de cuna y a tal efecto se emitió un certificado como que era hijo legítimo de Domingo Giannozi y de Vanozza, viuda en el momento del nacimiento de César. Después recibió la púrpura cardenalicia en 1493. Bastante más tarde el Papa Alejandro emitió una bula en la que constaba que era hijo suyo y de una mujer casada, nacido cuando él era obispo de Albano.

En 1494 Carlos VIII de Francia, enarbolando rancios derechos a la corona de Nápoles, invade Italia y cerca Roma obligando a Alejandro VI a refugiarse en Santángelo mientras Lucrecia y las cortesanas pontificias se ponían a salvo en Pesaro, dominio de su marido Sforza. Tal era la fama de las huestes francesas y de su rey, sin respeto alguno por las damas, casadas o solteras, que con toda clase de facilidades ponían en sus manos los mismos invadidos.

El francés exigió como rehén a César. Los Borgia aceptaron que le acompañara libremente pero sólo hasta conquistar Nápoles. Asi se aseguraba la "colaboración" de la Santa Sede en su aventura en Nápoles y dejaba protegida su retaguardia.


Invadió primero Florencia, donde el visionario Savonarola tras anunciar su llegada como “el nuevo Ciro” había conseguido que el pueblo expulsara a Pedro de Medicis, hijo y sucesor de Lorenzo el Magnífico por haber ofrecido al invasor fortalezas, prebendas y hasta dos ciudades con el fin de salvar su vida.

El dominico Savonarola estableció así una república teocrática fundamentalista en la que todo era condenable en la hoguera. Sólo los rezos y el flagelo serían los instrumentos para la salvación. Condenó como delito abominable la homosexualidad, merecedora de cien infiernos y otras tantas hogueras cuando hasta entonces había sido considerado sólo delito menor. Hizo quemar libros y obras de arte de autores del Renacimiento como Bocaccio, Dante y del mismo Miguel Angel y Leonardo.Y era tal su poder de convicción en sus sermones apocalípticos que fueron sus mismos autores los ejecutores del horroroso crimen.

Mucho más tarde, el pueblo, desengañado de sus atrocidades verbales optaría por, tras la condena por herejía del predicador, hacer justicia quemándolo en la hoguera tras un terrible suplicio por parte de la Inquisición. Sus cenizas fueron esparcidas por el Arno para que no quedara reliquia alguna que pudieran gloriar sus seguidores.

Mientras tanto en Nápoles, un mes antes de la llegada de las aguerridas tropas francesas, el rey Alfonso había abdicado en su hijo Fernando y se había acogido a la protección de su pariente aragonés Fernando el Católico. El nuevo rey intentó hacer frente a Carlos VIII pero la mayoría de sus capitanes se pasaron al enemigo. Acabó huyendo como su padre.

La entrada del francés en febrero de 1495 fue triunfal como ya había acontecido en Florencia. Los agasajos y vítores no cesaban colmando su vanidad.

Aprovechando el tumulto por los festejos a las tropas “libertadoras” César escapó disfrazado de caballerizo. Lo que encolerizó sobremanera al contrahecho cabezón rey francés que con esta huida no podía justificar la legalidad de su entrada en Nápoles acompañado del legado pontificio quedando en lo que era: un invasor.

El cardenal Borgia llegó a Roma donde el pueblo le recibió con entusiasmo pues la jugarreta que le había hecho al francés con su huida era digna de un romano. O quizá porque empezaban a ver en él al libertador de aquellos franceses que pagaban la buena disposición de los romanos con violaciones, rapiñas y asesinatos como ya habían comprobado con su paso.

El enfado de Carlos VIII puso en guardia al Papa que, inmediatamente mandó emisarios deshaciéndose en disculpas y asegurándole que la Iglesia estaba de su lado y bendecía su “campaña de salvación”. Mientras, enviaba embajadas a Fernando el Católico pidiéndole una vez más su intervención. Pero éste se conformó con hacer llegar quejas al rey francés por el mal comportamiento de sus soldados.

En Nápoles los franceses con su rey al frente seguían con su diversión y jolgorio, “campaña de la fornicación” como denominaron los coetáneos a aquella aventura bélica, mientras los italianos empezaban a comprender que no habían venido a liberarles de la tiranía sino a sustituirla por un caos en el que ellos eran las únicas víctimas.

Las potencias europeas empezaron a conspirar para intentar sacar ventajas de la invasión de Nápoles. Mientras el poderoso ejército francés estuviera ocupado en Italia quedaba descuidada la defensa del país galo y a merced de que un golpe de fuerza le privara de la supremacía que hasta entonces había tenido.

Seguramente dirigida por el astuto Alejandro VI se formó una Liga, que no dudó en calificar de Santa, con España, Alemania, Milán (autores hay que afirman que el aglutinador de esta alianza era Ludovico “el Moro”), Venecia, Alemania y el resto de italianos, antes pro y ahora contra franceses.

Por otra parte las “campañas de fornicación” terminaron como era de esperar. Las huestes francesas contrajeron un mal contagioso que les llenó de pústulas repugnantes, les causaba horribles dolores y corroía su organismo. Si hacemos caso de Voltaire, ese mal era la sífilis: “invadieron Italia, conquistaron Nápoles y se volvieron dejándolo todo pero trayéndose la sífilis a Francia”.

Todo se volvía en contra de Carlos. Cada vez con más frecuencia los italianos atacaban a sus soldados en cuanto se descuidaban causándoles varias bajas. Y en abril de ese mismo año varios franceses habían entrado a saquear iglesias en Roma y habían llegado hasta el mismo Vaticano donde un César Borgia furibundo, al mando de la guardia española, se había lanzado sobre ellos no dejando vivo a ninguno.

Por fíin en mayo los franceses salieron de Nápoles dejando una fuerte guarnición bajo el gobierno del duque de Montpersier. Se dirigieron a Roma donde su rey Carlos intentó entrevistarse con el Papa inútilmente pues cuando esperaba encontrarlo en una ciudad ya estaba en otra. Con ello Alejandro consiguió ganar un tiempo precioso.

Desde allí el ejército francés con Carlos VIII a la cabeza, atravesó los Apeninos, derrotó a una coalición de venecianos y milaneses en julio de 1495 y conseguía llegar a París, maltrechos y agotados.

Mientras, las tropas del Gran Capitán ya habían desembarcado en Calabria. El general francés Augbigny reunió todas las fuerzas disponibles y se dirigió a Seminara para hacerles frente. Debido a la inexperiencia de Fernando II que se obstinó en presentarles batalla contra el juicio de Fernández de Córdoba, las fuerzas de uno y de otro sufrieron una fuerte derrota. Esta fue la única batalla perdida por los españoles en Italia. Era junio de 1495.

Tras este tropiezo las victorias del Gran Capitán aún en ese mismo año, le llevaron a ocupar la mayoría de la zona de Calabria, mandando escasas fuerzas pero a las que dotaba de una gran movilidad.

En julio de 1496, ya al frente de las tropas de la Liga Santa y con César Borgia como legado pontificio, sitió Atella (Nápoles) donde se encontraba el duque de Montpersier. Tras destruir los molinos que surtían de comida la ciudad y cortar el agua de sus ríos, el general español puso las condiciones para su capitulación que fueron aceptadas por los sitiados si no recibían ayuda en 30 días.

Cumplido el plazo, los franceses salieron libres para embarcarse rumbo a su país en número de 5.000 entregando a los coaligados todas las poblaciones de Nápoles excepto las que gobernaba el señor de Aubigny en la Calabria. De los liberados sólo 500 llegaron a su destino pues una tremenda tempestad y la peste acabaron con la mayoría, entre ellos el duque de Montpersier.

Mientras tanto, de vuelta a Calabria y en poco más de un mes las tropas de la Liga mandadas por Fernández de Córdoba lograron la total capitulación de las fuerzas francesas del general Aubigny y su repatriación a Francia con todos sus efectivos. Las hazañas del general tuvieron gran repercusión internacional y le valieron el sobrenombre de Gran Capitán.

El rey Fernando II poco pudo gozar del triunfo pues falleció en octubre de ese mismo año 1496 y el mismo día fue proclamado rey de Nápoles su tío don Fadrique que se encontraba sitiado por los franceses en Gaeta. Pidió ayuda al Gran Capitán quien, una vez reconquistada toda la Calabria se presentó en la plaza y al día siguiente se rindieron los franceses.

Alejandro VI solicitó su ayuda pues el pirata vizcaíno nombrado por Carlos VIII gobernador de Ostia dos años antes le obligaba a pagar tributo por la utilización de su puerto, salida al mar del Vaticano.

Formalizado el sitio con más de mil infantes, caballería y piezas de artillería, al cabo de cinco días habían conseguido abrir una brecha por la que penetraron. Al tiempo, Garcilaso de la Vega, embajador de Castilla en el Vaticano, atacó los muros por el lado opuesto provocando la rendición de la plaza tras prometer que las vidas de los vencidos serían respetadas. Era en agosto de 1496

Tras la victoria el general español entró en Roma siendo aclamado “libertador”. Alejandro VI se levantó del Solio y le besó en la frente. Luego le entregó la Rosa de Oro, máximo galardón de la corte pontificia que el Papa entregaba una vez al año a su mejor servidor.

De Roma marchó a Nápoles donde un agradecido don Fadrique le nombró duque de Santángelo y el señorío de dos ciudades. De aquí partió para Sicilia como gobernador de la isla terminando su primera intervención en el reino de Nápoles.

Carlos VIII moriría en abril de 1498 sin descendencia sucediéndole en el trono su primo Luis XII. La secuencia de su muerte, calificada de “estúpida” fue así:

La pareja real se dirigía a presenciar una partida de pelota que iba a tener lugar en los jardines del castillo. Al entrar en un oscuro corredor, el monarca, pese a su reducida estatura (medía 115 cms) golpeó con la frente el dintel de la puerta. Carlos titubeó pero siguió su camino y la partida se inició. Conversaba con su confesor. Súbitamente perdió el habla y cayó después de balbucear palabras confusas. Eran las dos de la tarde del sábado 7 de abril de 1498. Tras encomendarse, se le pudo entender según los testigos, por tres veces a la virgen María, expiraba a las 11 de la noche.

Tras la invasión francesa siguieron los años más oscuros para los Borgia. Los barones de la Romaña, en especial la familia Orsini estaban enfrentados a Roma. Alejandro llamó a su hijo Juan, a la sazón Duque de Gandía, y le nombró general de sus ejércitos (gonfalonero). La campaña se inició en el verano de 1496 y al principio fueron varias las victorias papales frente a los Orsini, pero Juan demostrando su inutilidad como militar, perdió ventaja ante sus enemigos que incluso llegaron a humillarle, viéndose obligado a firmar la paz a primeros de 1497.

Mientras César que seguía a disgusto en su cargo de cardenal, comenzó a maquinar para conseguir sus objetivos. Primero puso en fuga al marido de Lucrecia, de los Sforsa de Milán, con los que ya no interesaba la alianza. El divorcio se conseguiría al final de ese año al reconocer su impotencia el de Pesaro. Lucrecia, refugiada durante todo el proceso en un convento dio a luz un niño, “el infante romano”. Su paternidad se achaca primero a César pero su madre sería una desconocida. Luego es el papa quien se la atribuye, por medio de bula que estuvo oculta varios años.Y aún se destapa otra posible: la del mensajero llamado Pedro encargado del contacto entre Alejandro y su hija y que parece ser fue encontrado muerto en el Tiber sin asesino culpable.

Será César quien directamente pacte el matrimonio de su hermana, libre ya de cargas conyugales y virgen, según declaración de la Iglesia certificada por el papa, con Alfonso, hermano de Sancha, ambos hijos ilegítimos de Alfonso II, rey de Nápoles, El enlace se consumará en 1498.

Antes, aún en 1497, Jofré y Sancha (casados en 1494) habían regresado a Roma y habitaban en un palacio junto a Santángelo. Al parecer habían decidido dormir en camas distintas lo que constituía un alivio para el Borgia que soportaba mal las ansias sexuales de la esposa. Se dice que ella visitaba secretamente la alcoba de César a través de un pasadizo que comunicaba ambos palacios. Y también la del apuesto Juan en quien parecía encontrar aún mayor correspondencia a sus ardores.

Por otra parte la muerte de Fernando II de Nápoles sin sucesión en 1496, había supuesto la ascensión al trono de su tío don Fadrique confirmado en el gobierno por el Gran Capitán como antes se ha referido quien partió para Sicilia una vez asegurado el trono y tras recibir el ducado de Santángelo y la señoría de unos pueblos de Nápoles.

Y apareció la urgencia de su coronación por el Papa del que era feudo, pues eran varios los que podían alegar derechos para aquella corona como ya se había demostrado. A cambio Alejandro le exigió el ducado de Benavento para su hijo Juan. Y así este príncipe acumulaba los títulos de generalísimo de los ejércitos de la Iglesia, Duque de Gandía, Duque de Benevento y señor de varias otras propiedades feudatarias de Roma. Parece que el Papa quisiera colmar de honores y riquezas a su hijo “el más amado” quizá para compensar su inutilidad demostrada en todos los lances en que había sido a puesta a prueba su capacidad.

Partirían, pues, los dos hermanos en dirección a Nápoles. El cardenal para coronar a Federico y el militar para recibir su ducado. Pero eso sería al día siguiente y esa noche, 14 de junio de 1497 había que celebrarlo. Su madre, Vanoza, que se sentía muy orgullosa de los altos cargos de sus dos hijos, organizó un banquete en su palacio al que asistieron todos los Borgia menos Alejandro, naturalmente.

Recordemos aquí que Vanozza se había casado por tres veces y sus respectivos maridos habían adoptado a los hijos del Papa con gran benevolencia y a cambio de sustanciosas prebendas. Y había invertido todo su dinero en adquirir varias hosterías en Roma. Con sus ganancias y las de sus tres maridos se había hecho construir el palacio en el que se iba a concretar el evento.

Tras la fiesta Juan salió a caballo, César en mula, como correspondía a un eclesiástico y su primo, llamado también Juan Borgia, cardenal, en otra. Delante iba un palafrenero a pie y montado a la grupa del caballo de Juan una persona con antifaz.

En un punto determinado Juan indicó a sus familiares que iba a seguir sólo, que continuaran su camino y después ya se verían. A la entrada del barrio judío dejó al palafrenero ordenándole que si tardaba que no le esperara y con el del antifaz se adentró en las sombras. Todos pensaron que se trataba de una cita galante a las que se mostraba siempre pródigo.

Al día siguiente apareció el cadáver del Duque de Gandía en el Tíber. Se descartó como móvil el robo pues en su ropaje se encontraron 30 monedas de oro que era todo lo que transportaba. Todas las miradas apuntaron a César, pero nada se pudo probar al interrumpir Alejandro las investigaciones. El hecho es que fue su heredero universal incluso en el cargo de generalísimo de los ejércitos pontificios lo que colmaba sus aspiraciones guerreras. Antes renunció al cardenalato por incompatibilidad con su nuevo cargo. Caso único en la historia de la Iglesia.

Por fin, en agosto de 1498 César consigue el nombramiento de generalísimo de los ejércitos pontificios y en diciembre se entrevista con Luís XII que, como antes se ha dicho, había sucedido en abril a Carlos VIII de quien era primo.


Luís estaba casado y sin descendencia, por lo que deseaba contraer matrimonio con la reina viuda Ana de Bretaña para remediarlo y también conseguir la unidad de Francia. Así pues precisaba la dispensa papal para anulación de uno y dispensa del otro.

Como era de esperar Alejandro VI libró sendas bulas en esa dirección pero a cambio pidió algún favor para su hijo: un ducado en Francia, una esposa que representara una alianza conveniente y su nombramiento como alto colaborador del propio rey.

César se presentó ante el francés. Fue nombrado duque de Valentinoise (por lo que desde entonces y quizá también por su origen valenciano fue conocido como “il Valentino”), casó con Carlota de Albrett, hermana del rey consorte de Navarra Juan III de Albrett, y que aceptó encantada la encomienda; y fue declarado “hijo adoptivo” del rey francés (mon coussin le llamaba).

La boda fue en 1499. Fruto del matrimonio sería su hija Luisa a quien nunca conoció su padre pues marchó a Lyon a preparar el ejército para la invasión de Italia, dos meses después de los esponsales.

Antes había vuelto a Roma precisamente con Julliano dela Rovere, legado papal en la corte francesa, a presentar a Su Santidad la obediencia de Luis XII. Lo que produjo la reconciliación entre ambos prelados.

Aún en ese mismo año sus tropas invaden La Romaña, donde antes había fracasado su hermano Juan, mientras los franceses conquistan Milán. Pone sitio y rinde a Ímola y Forti entrando a sangre y fuego ignorando la palabra empeñada de respetar la vida y hacienda de los vencidos. Hace prisionera a la condesa Catalina Sforza y la conduce a Roma. Allí su padre le colma de honores y nombra vicario de todas las ciudades conquistadas. Le condecora con la Rosa de Oro y añade a su escudo la tiara y llaves papales, que se unen a la flor de Lis donada anteriormente por su tío Luis XII.

Pero el interés de Luis, resucitando los rancios derechos de su antecesor en Italia, era Nápoles, lo que hacía peligrar la buena relación entre ellos, pues Jofré y Lucrecia Borgia estaban casados con hijos ilegítimos del que fuera rey de ese estado.

César no se amilana y ordena la prisión para Sancha en Santángelo y la ejecución de Alfonso. Herido éste gravemente por el cuchillo de un esbirro del gonfalonero es protegido y curado por su esposa que no se atreve a apartarse de él. Valiéndose de una treta el hermano la hace salir de la habitación lo que aprovecha un criado para acuchillar al herido. Cuando Lucrecia se da cuenta de su error ya es demasiado tarde. Corre el 1500.

César entra en el siglo XVI en el momento culminante de su vida: Leonardo da Vinci trabaja para él como ingeniero militar y su fama llega a oídos de Maquiavelo, político de la república de Florencia que es enviado por su país como embajador.

En 1501 es nombrado “Duque de la Romaña” aunque sus ambiciones no estaban aún cumplidas. Sin respetar las directrices francesas en 1502 ataca Florencia aliada de Francia.

Al final de ese mismo año los señores feudales, que desconfiaban de las intenciones de César que parecía querer apoderarse poco a poco de toda Italia, le preparan una emboscada. Al percatarse de la conjura les ataca con sus tropas, matando a varios y haciendo prisioneros a los demás. Así se hace dueño de toda la Italia central. Era el 31 de diciembre de 1502.

En agosto de 1503, tras un banquete programado por Alejandro VI para en teoría agasajar a los cardenales recién nombrados entre los prelados más ricos, César Borgia prepara un veneno destinado a ocasionar la muerte de aquéllos y así, como era costumbre, heredar sus inmensas fortunas. Por error los que lo ingirieron fueron los anfitriones. Alejandro murió entre dolorosos espasmos. César más joven y físicamente muy bien dotado, lo superó no sin pasar varios días debatiéndose entre la vida y la muerte.

Otras versiones achacan la muerte de Alejandro a unas fiebres malignas que le tuvieron postrado durante varios días. Tras el óbito su cuerpo se hinchó y exhalaba tal podredumbre que no se podía entrar en la habitación. Los enterradores tuvieron que quebrar su cuerpo para inhumarlo.

El nuevo Papa Pío III mantiene a César en su puesto de generalísimo pero el Sacro Colegio Romano le pide que abandone Roma para evitar disturbios. Se refugia en el castillo de Neri y sus tropas mercenarias le abandonan pasándose unas a las del Gran Capitán y otras al ejército francés.

El 15 de diciembre volvió a Roma refugiándose en el Vaticano bajo el amparo de Pío III, que moriría tres días más tarde en extrañas circunstancias tras veintiséis días de pontificado. Fue proclamado Papa el gran enemigo de los Borgia Julliano Della Rovere como Julio II. Existen historiadores que le atribuyen haber tomado parte en la muerte extraña de su antecesor, que él no había votado. Pasado un tiempo despojó de su mando y títulos a César ordenando su detención en el Vaticano.

Gonzalo de Córdoba, tras vencer a los franceses de Luís XII en las batallas de Ceriñola en la primavera de 1503 y Garellano en diciembre de ese mismo año, tomó Gaeta en enero de 1504, su último reducto y se apoderó de Nápoles.

Es entonces cuando Julio II pone en libertad a César que abandona Roma y se dirige allí, donde le hace prisionero el Gran Capitán quien le ofrece la libertad a cambio de la entrega de Forli, la última posesión de César. Éste acepta pero engañado, es conducido a España y encarcelado durante dos años, primero en Chinchilla y después en el castillo de la Mata en Medina del Campo (Valladolid).

Aquí recibe correspondencia de Lucrecia y los reyes de Navarra, sus grandes valedores. También le visita Felipe el Hermoso y entabla amistad con el conde de Benavente quien le facilitaría la huida más tarde.

En octubre de 1506 consiguió escapar con la ayuda de un criado. Estando suspendido en el aire la guardia cortó la cuerda por la que descendía intentando abortar la fuga. Llegó magullado al suelo pero consiguió su objetivo huyendo a lomos del caballo que aquél le había facilitado.

Puesta su cabeza a precio por doña Juana la Loca, consiguió escabullirse hasta Santander disfrazado y acompañado por unos comerciantes vascos. Por fin y tras un accidentado viaje huyendo de sus enemigos llegó a Pamplona, su primera sede episcopal, donde fue acogido por su cuñado Juan de Albrett el 3 de diciembre quien le nombró condestable y generalísimo de sus ejércitos.

Navarra se encontraba en guerra civil desde 1452, entre los agramonteses, a quienes pertenecía los reyes Juan y Catalina, y los beamonteses, partidarios del condestable del reino el conde de Lerín.

A primeros de marzo de 1507 César conquistó la villa de Viana, pero no su castillo. Viana estaba gobernada por el conde de Lerin. Lo sitia dispuesto a rendirlo por hambre pero unos días después hay una gran tormenta por lo que se descuida la vigilancia lo que es aprovechado por varios jinetes beamonteses, seguramente ayudados por gente de la villa, para surtir de víveres y armas a los sitiados.

Al amanecer, la guardia del sitiador ve estupefacta como los jinetes abandonan la villa de lo que dan cuenta a César, quien monta en cólera al sentirse burlado, se pertrecha, toma las armas y un caballo y se lanza en pos de los fugitivos. Era tal su obcecación que no se dio cuenta de que los suyos se habían rezagado quedando muy atrás. Los hombres del conde le prepararon una celada en un recodo del camino. Entablada la lucha, aprovechando uno de sus enemigos el que César se encontraba descubierto al intentar herir a otro, le atravesó con su espada tirándolo al suelo donde sin ninguna piedad le remataron.

Fue un personaje ambicioso, desposeído de todo tipo de sentimientos (no llegó a conocer a su hija empeñado como estaba en sus aventuras bélicas ni tuvo reparo alguno en recluir a su cuñada Sancha tras, al parecer, haber usado de ella sexualmente repetidas veces), soberbio, cruel hasta la saciedad, sin ninguna clase de escrúpulos.

Utilizó el poder del Papa a su conveniencia, casó a su hermana Lucrecia a favor de sus intereses políticos, intervino, tal vez directamente, en la muerte de su hermano Juan para obtener la capitanía de los ejércitos pontificios, contrató a Leonardo da Vinci para la fabricación de maquinaria de guerra; pero su ambiciosa idea de unificar Italia bajo la dirección de los Estados Pontificios chocó con la oposición de los propios italianos y de las dos potencias que se la disputaban, Francia y España.

Su trayectoria política y militar fue admirada por el propio Maquiavelo quien se inspiró en su habilidad, carácter y procedimientos tortuosos en su obra más importante “El Príncipe”: fuerte, poderoso, cruel, despiadado, capaz de defraudar y traicionar cuando fuera preciso, capaz de crear y romper alianzas cuando fuera necesario.

JUAN BORGIA (1474-1497)

Juan Borgia era, sobre todo, un chico guapo, rico, mimado y divertido. A la muerte de su hermano Pedro Luís en 1488 había heredado el Ducado de Gandía y su inmensa fortuna.

Contrajo matrimonio en 1493 con la viuda de su hermano María Enríquez, prima de Fernando el Católico. Residía en Barcelona y llevaba una vida de disipación y placer hasta el punto que su padre le tuvo que llamar al orden. Tenía abandonada a su esposa, se había gastado toda su fortuna en juergas nocturnas con amigos y criados, disfrazados, recorriendo la ciudad y pidiendo prestado a cuenta de la dote de su mujer. Incluso se dudaba de si habría consumado el matrimonio pues ella no estaba embarazada ni al parecer había testigos que lo certificaran.

Reiteradas veces había solicitado de su padre la vuelta a Roma pues decía que estaba tremendamente aburrido por el ambiente tan rígidamente estricto que tenía que soportar en la España de los Reyes Católicos. También se quejaba de las dolencias de su mujer, reales o exageradas, que le hacían imposible cohabitar con ella. Alejandro, entre enojado y paternal, le puso como condiciones para la vuelta a casa que cambiara de conducta y que tuviera un hijo, lo que no ocurrió hasta 1496.

Cuando por fin regresó a Roma ese año, la ciudad le recibió con banderines y colgaduras en un ambiente de gran fiesta. Se estableció en el palacio apostólico de su hermano César que era entonces cardenal y recibió de su padre el título de generalísimo de los ejércitos pontificios (gonfalonero). Ello le colocaba en situación de tener que defender las posesiones papales de las distintas familias que atentaban contra ellas, los Orsini y otros nobles y Juan no tenía fibra para ello.

Lo suyo era ser un calavera en la más amplia extensión de la palabra y seguro que le hubiera ido mejor el papel de cardenal, con la forma de vida de estos ministros, vida de disipación, lujuria y otras vanidades no menores, a él que no a su hermano César, mucho más inclinado a empresas militares.

Consciente de la ausencia de virtudes guerreras de su vástago, Alejandro le puso en relación y bajo orden de un condotiero (mercenario) famoso que hiciera menos difícil su misión: luchar contra los advenedizos que, no haciendo caso de su condición de feudatarios de los muchos territorios de los estados pontificios, ni pagaban al Papa ni se preocupaban del bienestar y la justicia entre sus vasallos, antes bien los explotaban inicuamente cometiendo contra ellos toda clase de abusos y atropellos.

La familia Orsini era uno de esos feudatarios en La Romaña que, tras haber despojado de sus tierras y vasallos a sus titulares, hacían ostentación de su negativa a cumplir sus obligaciones con el papado, verdadero dueño de esas tierras y con sus vasallos a los que sometían a toda clase de tropelías. Y el Papa Borgia se había propuesto terminar con ellos y devolverles las tierras a vicarios adeptos que supieran respetar y cumplir sus obligaciones.

Y mientras Juan Borgia se reunía con su condotiero para preparar la estrategia a seguir en las batallas, su hermano César observaba en silencio las preparaciones militares a las que acudía sólo y vestido de caballero de la Orden de Rodas. Estaba aprendiendo el arte de la guerra y la estrategia militar de un condotiero.

Iniciadas las escaramuzas al principio pareció que la victoria sonreía al defensor del papado pero más tarde y pese a los esfuerzos y enseñanzas de su maestro de armas el condotiero, Juan sufrió una humillante derrota y la burla de los Orsini.

Sin embargo Alejandro, siempre prendado de su apuesto hijo Juan, se empeñó en hacerle ver las ventajas que para ellos había sido terminar la guerra y celebró la victoria sobre los Orsini como si realmente fueran debidas a su genio guerrero. Y así Juan se dedicó a pasear su elegante figura y medallas por las noches de Roma convirtiéndose en un militar engreído y enjoyado que alborotaba la noche con sus correrías poniendo en peligro el buen nombre de cuantas damas, solteras o casadas, se cruzaban en su camino.

Mientras tanto, a César le corroía el rencor contra los señores que usurpaban las tierras de su padre y traicionaban los intereses de la familia. Uno de ellos era su cuñado Sforza, que ocupaba también la plaza pontificia de Pesaro pero que se sabía que colaboraba con los enemigos de los Borgia. Además también llegaron a sus oídos las quejas de Lucrecia de la falta de atención de su marido, lo que quizá le enfadaba más, sabida la especial preferencia que sentía por su hermana. Y el Papa estaba empezando a considerar la anulación de su matrimonio.

Mientras, Sancha y Jofré, casados en 1494, que habían huido de Nápoles cuando la invasión de Carlos VIII y ahora residían en Roma, aparentemente habían dejado de dormir juntos con gran satisfacción por parte del esposo que aguantaba mal las acometidas sexuales de la fogosa Sancha. En cuanto a ella, se dice que acudía discretamente, al amparo de la noche, por un pasadizo que unía su palacio con Santángelo, junto a su cuñado César.

También se decía que Juan, tan aficionado a las mujeres, mostró bastante interés por ella, sobre todo al encontrarla tan ardiente y deseosa y comprobar que su marido no era capaz de satisfacer sus ansias.Y cuentan que ella correspondió a Juan aún en mayor medida que a César.

La anulación del matrimonio entre Lucrecia y Sforza trajo la enemistad entre esta familia, sobre todo del cardenal Ascanio Sforza y los Borgia.

Por otra parte la muerte de Fernando II de Nápoles sin sucesión, supuso la ascensión al trono de su tío don Fadrique compartiendo el gobierno con el Gran Capitán. Con el tiempo éste fue dejando el gobierno en las manos de aquél hasta que llegó el momento de su independencia.

Y apareció la urgencia de su coronación por el Papa del que era feudo, pues eran varios los que alegaban derechos para aquella corona. A cambio Alejandro le exigió el ducado de Benavento para su hijo Juan. Y así este príncipe había acumulado los títulos de generalísimo de los ejércitos de la Iglesia, Duque de Gandía, Duque de Benevento y señor de varias otras propiedades feudatarias de Roma. Parece que el Papa quisiera colmar de honores y riquezas a su hijo “el más amado” quizá para compensar su inutilidad demostrada en todos los lances en que había sido a puesta a prueba su capacidad.

Partirían, pues, los dos hermanos en dirección a Nápoles. El cardenal para coronar a Federico y el militar para recibir su ducado. Pero eso sería al día siguiente y esa noche había que celebrarlo. Su madre, Vanoza, que se sentía muy orgullosa de los altos cargos de sus dos hijos organizó un banquete en su palacio al que asistieron todos los Borgia menos Alejandro, naturalmente. Recordemos aquí que Vanozza se había casado por tres veces y sus respectivos maridos habían adoptado a los hijos del Papa con gran benevolencia y a cambio de sustanciosas prebendas. Y había invertido todo su dinero en adquirir varias hosterías en Roma. Con sus ganancias y las de sus tres maridos se había hecho construir el palacio en el que se iba a concretar el evento.

Tras la cena partieron juntos los dos Borgia y un primo de ambos, en sendas cabalgaduras. Delante de todos ellos un palafrenero. Un enmascarado iba a la grupa del caballo de Juan. Al cabo de un rato, éste indicó a sus familiares que se detenía, pretextando una secreta cita. Le advirtieron de lo peligrosas que eran las noches romanas pero él insistió. Se quedó con el palafrenero y el enmascarado mientras los otros dos seguían su camino.

A la mañana siguiente no había vuelto al Vaticano pero sus familiares dieron como cierto que la posible cita había cristalizado y aún estaba en un punto interesante. Aterrados quedaron al saber que el palafrenero había sido encontrado malherido y que el caballo del Duque de Gandía andaba suelto por Roma. Según supieron, el criado se había quedado en un punto a la orden de Juan y en vista de que tardaba mucho, ya al amanecer, había decidido volver al palacio cuando fue asaltado y malherido.

Una vez descubierto el cadáver se inició una investigación en la que se barajaron todos los posibles autores del crimen:

Los Orsini por haber sido escarnecidos en público por el Borgia pretextando que les había derrotado y humillado. Alejandro nunca creyó en su culpabilidad.

Otros vieron en el hecho la mano del Dios Vengador por los muchos pecados del padre y del hijo: el padre por dispensarle y el hijo por aceptar tantos bienes, muchos de ellos de la Iglesia, a cambio de nada.

Es más que probable que con tantos dones y prebendas tuviera muchos enemigos que desearan su muerte. Incluso hubo quien vio en su asesinato un aviso para el papa para que no regalara tantas cosas y practicara tan exageradamente el nepotismo.

El mismo Papa pensó que aquello podía ser un castigo divino por tantos excesos y decidió enmendarse. Tras paralizar las investigaciones que se habían iniciado apenas descubierto el cadáver y tras desechar la horrible sospecha, que fue la más difundida, de que el causante de la muerte hubiera sido el propio César se retiró a meditar y llegó incluso a pensar en dimitir lo que le desaconsejó Fernando el Católico recomendándole que dejara pasar un tiempo.




JOFRÉ BORGIA

Hijo pequeño de Alejandro VI y Vanoza. Nació en Roma en 1476 y murió en 1504.

En 1494 casó con Sancha, hija ilegítima del rey Alfonso II de Nápoles, boda de conveniencia concertada por su padre Alejandro VI para restablecer la relación del Vaticano con Nápoles, deteriorada tras la boda de su hija Lucrecia con Giovanni Sforza conde de Pesaro. La familia Sforza dominaba en Milán y eran enemigos de siempre del Reino napolitano.

El casi adolescente Jofré se veía y deseaba para complacer las exigencias amorosas de su ardiente esposa por lo que aceptó de buen grado su proposición de cohabitar pero en habitaciones distintas.Lo que dio lugar a numerosos comentarios en la época pues la suposición general era que la imposición, pues no fue otra cosa, obedecía al deseo de la princesa de verse colmada en sus deseos eróticos con amantes que fueran más complacientes que su poco ardiente esposo.

Y dio pie a la creencia igualmente generalizada de que se entendía ardorosamente con su cuñado César, cardenal a la sazón, cuando el matrimonio se vio forzado a huir desde Pésaro a Roma por el avance de las tropas francesas en su acoso al reino de Nápoles.

Y aún no complacida, sexualmente se entiende, con los favores conseguidos de César, era asidua visitante de la habitación de su otro cuñado, el apuesto y vehemente Juan Borgia que, si no reunía las condiciones suficientes para ser un buen gonfalonero, sí resultaba un perfecto “gigolo” para satisfacerla en sus ardores.

Y para la historia de Jofré estos hechos fueron los más representativos de su gris existencia. Escaso y decepcionante bagaje que casi no ha merecido línea alguna de los historiadores de la época. Ni tampoco de los de épocas posteriores que tanto se empeñaron en proclamar la lascivia, deshonestidad, incesto y maquiavelismo de los restantes integrantes de la saga. Citemos aquí y en este sentido a Víctor Hugo, Alejandro Dumas padre e incluso a nuestro Vicente Blasco Ibáñez.

Murió como vivió, sin pena ni gloria, en 1504, al año siguiente del fallecimiento de su padre Alejandro VI.